Mi tiempo con Camila Sosa Villada...
Trabajando con María del Mar Ramón, autora de Tirar y vivir sin culpa, fue inevitable hablar de libros. Ella me recomendó leer Las malas de Camila Sosa Villada, novela que María calificaba como definitiva. Y sí, es una novela definitiva.
Camila es argentina. Vive sola en su apartamento. Disfruta hacer deporte y bailar. La sonrisa es algo común en lo que transmite. Ella dice que, a pesar de que muchas trans se sientan identificadas con su novela, esta fue escrita de manera ingenua y sin esa intención. En plena cuarentena y frente a las pantallas de nuestros celulares, estuvimos charlando un buen rato (un muy buen rato que me hizo muy feliz). Aquí les dejo el resultado.
Foto tomada de Feminacida |
Una breve introducción a Las malas.
Es la
historia de la Tía Encarna, una travesti muy vieja (tiene 178 años). Una noche,
en una ronda prostitutiva, en una ronda de trabajo en un parque aquí, en la
ciudad de Córdoba, se encuentra un bebé abandonado en una zanja bajo una rama
junto a sus otras compañeras de zona roja. Ellas deciden llevárselo dentro de
una cartera a la casa donde viven y allí comienza a desentrañarse una historia que
no es solamente la de la Tía Encarna, sino la historia de todas estas travestis que la
acompañan.
¿Qué
representó la escritura en tu infancia y en la búsqueda de tu identidad?
He tenido
el privilegio de la soledad, el privilegio de que nadie me pueda alcanzar en el
lugar donde estoy cuando leo o escribo. Esa sensación hizo todo completamente
diferente para mí. Entonces me quedé en ese lugar porque siento que es el más
seguro del mundo. Sigo escribiendo porque me resulta natural, porque es algo
que hace parte de mí, ¿sabes?
Hubo un
momento en que algo sucedió en mí, en la Camila escritora. La publicación de El
viaje inútil fue la que me puso en contacto con Juan Forn y ese fue un gran
quiebre, una gran inflexión en la historia porque me sentí reconocida como una
escritora ante la propuesta de la editorial de escribir un libro contando cómo
yo había resultado escritora. Luego vinieron Las malas, que significan
mucho para mí porque gracias a ellas estoy llegando a muchísima gente que yo nunca pensé que iba a llegar. Mira, tengo la suerte de que en Colombia y en
otros lugares las personas tengan el libro en sus manos y eso es algo
inesperado para mí.
¿Cómo surgió
la relación con Federico García Lorca?
En 4º grado, cuando nos daban a leer sus poemas para aprender a entender las metáforas y las comparaciones. El primer poema que leí de él fue La rosa, “cuando se abre en la mañana, roja como sangre está. El rocío no la toca porque se teme quemar”. Fue fascinante poder conectar con la musicalidad lorquiana, ¿sabes?
La Tía
Encarna es un personaje fascinante. Es esa amiga que te canta la tabla y te
dice las cosas como son, que siempre está ahí para ayudarte y sacarte del
fondo. Ella mencionaba que las travestis tienen el poder de la transparencia y
el arte del deslumbramiento. ¿Cómo fue para ti encontrarte con estos dones
aparentemente tan opuestos?
Mira, yo
siempre digo que fui niño invisible. Mi infancia la viví en el medio de un
matrimonio verdaderamente apasionado. Mi padre y mi madre estaban muy
apasionados el uno por el otro, y eso no quiere decir que ellos estuvieran
dulcemente enamorados. Era una pasión un poco enfermiza. Entonces yo desfilaba
entre ellos tratando de sostener el equilibrio de esa casa, pero era
completamente invisible. De repente empecé a destacarme como estudiante en la
escuela, empecé a tener muy buenas notas y ver que la gente se deslumbraba por esto.
Ahí empezó un recorrido que tenía que ver con deslumbrar a las personas, y no
solo por deslumbrarlas, sino para que me respetaran, ¿sabes? Para que no me
mataran. Yo iba a la Universidad y sabía que tenía que pagar un precio mucho
más caro por esto. Digamos que con el deslumbramiento tengo una relación
utilitaria.
Pero
también está el deslumbramiento que las travestis provocamos en los hombres y
ese fue un descubrimiento que hice desde muy niña al ver hombres fascinados con
la criatura maricona que yo era.
Y la
transparencia es muy sencilla. Es como hacer esto (Camila se pone la capucha de
su buso y se cubre muy bien) y caminar con la cabeza gacha. Nadie te
ve. Eso es muy necesario, además, porque no siempre una está afeitada o
depilada o maquillada o en condiciones de presentarse y salir al mundo, pero
igual toca salir porque hay que comprar cosas para comer, para beber, etcétera.
Hablando de
la sobre exigencia que mencionas, la comunidad trans tiene que soportar toda la
mierda que la sociedad pone en su camino constantemente. ¿De dónde viene esa
capacidad de resistencia?
Yo no puedo
explicártelo con argumentos lógicos. Yo creo que es parte de la mística de la
población travesti. A pesar de la mala fama que nos hacen, somos personas que
nunca devolvemos el odio que nos están depositando constantemente, día tras día.
Es decir, no cometemos atentados, no matamos a 20 personas de un modo u otro,
no tenemos esa pasión por la violencia. Lo que hacemos es seducir. Hemos hecho
de la seducción una militancia. Para mí todo esto tiene que ver con la mística
de ser travesti. No sé, algo espiritual, algo que es inexplicable.
¿Cuál es la
historia detrás de la cubierta del libro?
Es una foto
Luisa Paz, una travesti de Santiago que yo quiero muchísimo. En la imagen
aparecen dos amigas que alquilaban una especie de mula en Buenos Aires. Muchas
veces ellas no tenían la oportunidad de andar a la luz del Sol, ¿sabes? Ellas
se subieron a la mula para aprender a andarla, y el dueño del animal le pegó
muy fuerte para asustarlo y ellas salieron despavoridas.
Foto de Catalina Bartolomé |
Bueno, yo
creo que lo más valioso que me enseñaron fue a ponerle un precio a mi cuerpo. Ese
fue uno de los regalos más importantes que ellas me dieron: saber que yo tenía
un valor. Venía completamente desvalorizada y ellas me hicieron ver que todas
teníamos un precio, todas valíamos algo. También las recuerdo como algo
esplendoroso, ¿sabes? Algo que irradia. Quizá ya sea una estrella muerta, pero todo
lo bonito que vivimos sigue brillando con intensidad.
¿Cómo era
el vestido que usaste la primera vez que te vestiste como mujer?
No era un
vestido. Era un pantalón que le había robado a mi mamá y una blusa que yo misma
me había hecho. Tenía puesto un chaleco que usaba para bailar folklore, un chaleco
de terciopelo que arreglé para que me quedara muy ajustado al cuerpo. Salí con
unos zapatos que me había comprado ahorrando con el dinero de la merienda, unos
zapatos que estaban de moda y que eran horrendos, unos tacos gruesos enormes.
En un
fragmento del libro te preguntas “¿qué hacer con la certeza de que la mirada
del otro dice lo mismo que la nuestra, que es posible por un momento amarse con
alguien, que es posible salvarse, que la felicidad existe?”. Yo te pregunto: ¿existe la felicidad?
Sí (responde
sonriendo). Yo pienso que tenemos que matar al Platón que llevamos dentro y
darle bola a Epicuro. Lo que sucede es que nos educan para ser infelices. Es
como un plan, ¿sabes? A veces pienso que es un plan que tienen para hacer que
sea todo gris, opaco.
Suelo
visitar a una amiga que está en un proceso de recuperación de las drogas, quien
además es una testigo que está protegida en un caso en contra de una red por trata
de personas. Cuando voy al lugar en el que ella está, un lugar en el que
atienden a personas con adicciones, veo el patio lleno de plantas muertas,
plantas que nadie se acordó de regar. ¿Cómo una persona va a tener ganas de
dejar de drogarse si se despierta y ve que hay un árbol que se está muriendo frente
a ella? Y este no es un problema solo de nuestros malos gobiernos que están
desatendiendo la salud pública, sino también de los guardias que no se percatan
que hay una planta que necesita agua para vivir, que hay una planta que se está
muriendo frente a él. Son asuntos de la vida y de la muerte. No todo puede ser
el resuelto en términos políticos, ¿sabes?
En uno de
los relatos de La guerra no tiene rostro de mujer, Svetlana Aleksiévich
contaba que los nazis asesinaron a un montón de personas de una población a las que les
habían hecho cosas terribles. Los tiraron a una fosa que, ella decía, estaba
muy cerca de donde los caballos pastaban, muy cerca del bosque. Ellos se
atrevieron a hacer eso delante de los caballos y delante del bosque. Eso a mí
me resultó revelador al respecto de cómo nos relacionamos nosotros con la vida.
Volviendo a
la felicidad, creo que también aparece en momentos, como relámpagos que pasan y
que el cuerpo siente. Hay que prestarle atención a lo que el cuerpo está
diciéndote. Pero las interpretaciones que hay alrededor del cuerpo siempre son
tan escuetas, tan reducidas…
Fragmento de Las malas |
Creo que
voy a dar una respuesta poco popular, una unpopular opinion como dicen
en Twitter (sonríe). Mira, siento que lo colectivo está sobrevalorado. Yo
entiendo que hay salidas que sí son colectivas como la que estamos tomando
todos en este momento al quedarnos en nuestras casas, o como lo son las
manifestaciones políticas que se hacen en Argentina desde hace tantos años: el
Ni una menos, las marchas por el aborto, las marchas para exigir que aparezca
el cuerpo de Santiago Maldonado que fue asesinado y desaparecido en plena
democracia. Pero yo creo que hay un tema ético que solo puede atenderse
deteniéndose y prestando atención a uno mismo.
Me ha tocado
estar muy cerca de algunos movimientos sociales aquí en Córdoba y también en
Buenos Aires y siempre he salido decepcionada de allí, ¿sabes? Yo siempre he
salido con el corazón roto porque empiezo a ver que las personas que están
hablándonos a nosotros de cómo hacer un mundo mejor son las mismas personas que
hacen horrible la vida de las mujeres, la vida de las travestis. Entonces
prefiero pensar en mi amiga Eugenia Almeida, por ejemplo. Ella es como una
especie de monje, vive sola, no contamina, está con su pareja, escribe sus
libros, dicta clases que enriquecen la vida de muchas personas.
¿Podríamos
definir lo que es ser mujer?
Ser mujer es algo enorme, no me atrevería a caracterizarlo.
Bien, voy a decir una
obviedad, pienso que hoy, en este momento de la historia, es mujer todo
aquello que no es hombre. Las maricas, las travestis, los niños, los viejos,
todo lo que no es ese varón blanco heterosexual que aplasta todo lo que pisa,
que rompe todo lo que encuentre en su camino. Yo creo que todo eso que no va
con esa masculinidad que nos está matando es ser mujer.
Con el paso
de los años el número de libros que tocan temáticas LGBTIQ ha venido en
aumento, hecho valioso para seguir visibilizándonos. ¿Podrías recomendarnos dos
autoras que, como tú, nos acerquen a la comunidad trans mediante sus textos?
Mira, yo
recomiendo a Claudia Rodríguez. Ella es la travesti más transparente que
conozco. Es una gran escritora, dramaturga, actriz y activista. La segunda
sería Marlene Wayar, quien tiene un libro maravilloso que se llama Travesti:
una teoría lo suficientemente buena en el que lo que hace es condensar
este saber místico del que te hablaba antes; es un libro absolutamente
necesario y es muy completo.
¿Qué estás
escribiendo ahora?
Tengo comprometidos
dos libros con Tusquets. El primero ya está arriba, se llama La novia de
Sandro, que es mi primer libro de poemas, pero yo me atreví a corregirlo, a
quitarle algunos poemas y agregarle otros. Lo que sucedió fue que yo lo escribí
en un momento de separación con un chico con el que conviví dos años, estaba
escrito bajo un sentimentalismo con el que no me siento representada ahora. En
la editorial me dan mucha libertad, así que me dejaron hacer esto.
El segundo
es un libro de relatos en el que estoy trabajando.
¿Cómo
trabaja la Camila escritora?
Mi proceso
de escritura es muy disoluto, ¿sabes? Muy arbitrario. Yo escribo solo cuando
tengo ganas, no tengo disciplina como escritora. Y mira que lo he intentado,
¿eh? Pero me siento frente al computador muchas veces y me quedo 30 horas mirando
vídeos de gatitos. A mí me gusta escribir frente a la adversidad. me gusta
escribir frente al ruido, frente a la incomodidad. Yo amo escribir en los
aeropuertos, amo escribir en los bancos, en los hospitales.
Digo, esto
que estamos viviendo podría ser el espacio perfecto para escribir, pero no
puedo hacerlo porque no hay peligro. Hay noches en que viene mi amante y,
cuando se queda dormido, me levanto a escribir. Ahí hay peligro, ¿sabes?
Me gusta
decir esto porque siempre se piensa que los libros se escriben bajo una
absoluta tranquilidad, bajo ciertos rituales de silencio, de soledad, de
apartamiento. Este no es un oficio que precise de tiempo o precise de formas.
Es algo que tiene que ver solamente con cada quien.
Cuando
escribo no tengo ningún plan. Cuando me siento a escribir, la historia y los
personajes van para un lugar y yo los sigo. Aunque en Las malas sí tuve
un plan y fue que ellas vivieran en un lugar que estuviera lleno de flores y de
árboles, como una de esas paredes cubiertas de enredaderas hasta
el final, hasta arriba. Y bueno, yo sí quería eso, y no por simbolizar algo.
Simplemente me parecía bonito.
Estás en una
pista de baile, cansada y con ganas de irte a casa. ¿Cuál es la canción que te
hace ponerte de pie y bailar sin parar?
(Sonríe) A mí me gusta mucho bailar. Disfruto mucho salir a bailar. Supongo que sería I will survive.
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