"Ser lector fue lo que me llevó a empezar a escribir". Una entrevista con Marco Amerighi

Su opera prima pasó de esperar varios meses por la aceptación de una editorial a ganar el Premio Bagutta. Este galardón fue el paso inicial para que Marco Amerighi se estableciera como una de las voces más prometedoras de la literatura italiana contemporánea.

Este editor, traductor y escritor fantasma es un apasionado por recorrer kilómetros en bicicleta, pasar tiempo con su familia y por la lectura. Conversar con él es llenarse de referencias, dar un paseo por la historia y ensanchar la lista de libros por leer.

«Errantes» es su segunda novela, proyecto que inició como un cuento que no le resultó suficiente para seguir a Pietro y Dora, dos jóvenes extraviados en un presente que parece estar lleno de promesas, pero en el que es cada vez más complicado sabernos parte de un lugar.

Foto de Marina Abatista da Tagliare

Pietro, el protagonista de «Errantes», es un chico con miedo a afrontar la vida, a descubrirse y entender el mundo. Cuando empezaste con la escritura como oficio, ¿cuáles miedos tenías? ¿Cómo influyeron estos en la manera en que escribías?

Esta es una pregunta muy inteligente porque toca un elemento fundamental del libro y es que Pietro llegó a mi vida en un momento difícil, de temores e incertidumbres. Yo acababa de escribir mi primera novela y sentía que había llegado tarde a la literatura, por decirlo de algún modo. Si bien trabajaba en el sector, lo hacía desde lo académico, no desde el ámbito en el que lo hago ahora. A pesar de eso, recuerdo que entregué el libro a la que era mi agente con la esperanza de que esa historia cambiara el panorama literario italiano. Iba con esa chispa de locura que acompaña a todos los que queremos publicar por primera vez.

Pero ¿sabes qué pasó? Nada. No pasó nada. Me quedé a la espera de una buena noticia que no llegaba, del sí de alguna editorial que quisiera publicarla. Veía a otras personas que lo lograban y que eran mejores que yo, más fuertes y con más carácter. Además, me lesioné una rodilla. Eso me llevó a acariciar la idea de dejarlo todo, de dejar de luchar. Ahí nació Pietro, un hombre con miedo a enfrentarse a la vida porque eso significa correr riesgos y la posibilidad de fracasar.

Creo que él y yo hacemos parte de una generación llena de mejorías, con más herramientas que las que tuvieron nuestros padres y nuestros abuelos. Muchos pudieron pensar que esa era una alfombra roja de acceso al mundo, pero se encontraron con una luz verde como la que mencionaba Scott Fitzgerald en «El gran Gatsby», un pasillo interminable hacia el éxito.

Muchas presiones e inseguridades vienen con esa luz verde.

Exacto. Y en eso quise ahondar en «Errantes». Aunque me propuse construir una novela inspirada en modelos muy clásicos como los de la obra de Gustave Flaubert o Charles Dickens, quise hacerlo contándola de una manera más moderna y ahondando en algo latente en nuestro tiempo. Como humanos tenemos la necesidad de pertenecer, de encontrar un lugar en el mundo y ser parte de una familia o un grupo. Como humanos queremos sentirnos únicos, diferentes. Todo eso viene acompañado de temores, presiones e inseguridades, pero es de ahí de donde pueden partir los cambios. Por ejemplo, las escritoras que abrieron el debate sobre el género y nos hicieron repensarlo todo para destruir ese modelo machista con el que crecimos.

Quizá de lo que estamos hablando tenga mucho que ver en la realidad que empezamos a configurar, en ponernos gafas diferentes para entenderla. Los errantes siempre están en movimiento, escuchando lo que ocurre a su alrededor.


El horizonte cambia para Pietro cuando abre su espectro y conoce a más personas, cuando forja conexiones. ¿Hubo algo definitivo en cómo recorriste tu camino, un punto de inflexión?

En mi vida anterior, la académica, mientras estaba escribiendo mi tesis doctoral, me di cuenta de que quería seguir haciéndolo, que quería trabajar en el mundo de los libros. Sin ese empujón inicial no estaría hoy en Colombia hablando contigo.

Ser escritor ha venido acompañado de milagros. Por ejemplo, cuando salió mi primera novela decidí enviársela a Sandro Veronesi, uno de mis autores favoritos en Italia. No lo hice esperando que pasara algo, sino simplemente como modo de agradecimiento porque sentí que se lo debía, porque sin él y otros más no me habría convertido en lector, y ser lector fue lo que me llevó a empezar a escribir. Hoy sigo pensándome más como lector que como escritor porque pueden pasar cosas que hagan que haya días o semanas en que no escriba ni una palabra, pero nunca ocurre lo mismo con la acción de leer.

¿Qué te respondió Veronesi?

Me envió un mensaje tiempo después dándome las gracias por hacerle llegar la novela y diciéndome que la había disfrutado mucho. Nos hemos visto un par de veces después de eso y hablamos por Whatsapp también. A veces uno piensa que del otro lado nunca habrá respuesta, pero correr el riesgo puede traer recompensas (sonríe).

Aquí, con Marco Amerighi

Hemos hablado de pertenecer, de hacer parte de un grupo o una familia. Todo eso está muy presente en «Errantes» porque son las relaciones entre los personajes y los lazos que se crean lo que lo transforma absolutamente todo, pero examinando a fondo nos encontramos con una obra fragmentada, llena de heridas y soledades.

Aunque es ficción, la novela está marcada de cierta manera por eventos reales como el G8 de Génova, los atentados del 11 de marzo del 2004 en Madrid y las manifestaciones estudiantiles en Italia en 2007. Estos hechos generaron movimientos sociales de los que parece no haber resultado mucho en términos de lo que se buscaba, pero que sí dejaron una huella inevitable. Esos momentos rompieron muchas cosas y permitieron que quienes los vivieron comenzaran una trayectoria individualista que los alejó de las demás personas y los fue convirtiendo, sin darse cuenta, en errantes. No había maestros en la sociedad ni gobernantes que los miraran o que les dieran una directriz. No había recursos ni raíces. Hay relaciones y lazos, pero también es muy marcada su ausencia.

Trabajas editando a otros. ¿Cómo ha sido la experiencia de ser editado desde ese lugar?

Muy positiva. Siempre he visto a quien me edita como una persona que tiene algo por enseñarme. Siento que mis novelas han mejorado durante el proceso de edición porque otros ojos y otro cerebro con la mirada puesta sobre lo que escribes dan nuevas perspectivas.

Entrar a un proceso de edición es zafarse del ego y entender que hay muchísimo por aprender y mejorar. Eso no siempre es fácil, sin sumarle lo común que resulta salir destrozados cuando estamos siendo editados (sonríe). Este proceso hace que sientas que estás cambiando al ritmo que lo hace tu novela.

Y todo esto lo aplaudo también en quienes traducen porque leer a otro, encontrar su voz y ser capaz de transmitirla en un idioma distinto no es sencillo.


A propósito de eso, ¿qué ha significado para Marco Amerighi trabajar con el lenguaje?

El lenguaje lo es todo. Lo que contamos, cómo lo vamos a contar, por qué lo decimos, en qué momento.

En el lenguaje tenemos todas las posibilidades del mundo, es una hoja vacía llena de preguntas y de decisiones. El lenguaje me ha concedido la oportunidad de contar historias grandes y describir infinidad de sentimientos. El lenguaje me ha permitido no conformarme y querer ir más allá de lo que el mercado y las tendencias dictan que se debe escribir porque es lo que se está vendiendo. El lenguaje es una manera de transformar el mundo.

Escribiendo esta novela descubrí cosas de mí que no conocía, por ejemplo, el gusto y la fascinación por la ironía. Me atreví a hacer escenas cómicas, pero también a sumergir a mis personajes en momentos dramáticos, a variar los ritmos de mi narración y hacerla más musical, más vivaz. Eso se lo debo al lenguaje.

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