Reseña: El día que llovió sangre - Andrés London
El 11 de noviembre de 1988, el grupo paramilitar Muerte a Revolucionarios del Noreste (MRN) llegó a Segovia (Antioquia) y acabó con la vida de 46 personas y dejó más de 50 heridos. El propósito de esta, una de las peores masacres de la historia de Colombia, fue eliminar a los militantes de la Unión Patriótica que habían llegado al poder en marzo del mismo año.
Durante ese periodo de tiempo, Francisco William Gómez
Monsalve (de 10 años) les contó a sus padres que en sueños había presenciado
que personas del pueblo iban a morir a mano de hombres armados y que un baño de
sangre llegaría al lugar. Esa pesadilla quedó consignada en un dibujo que él
mismo realizó y que significó una especie de premonición a lo que terminó
pasando. Todo esto ocurrió en realidad, solo deben ir a Google y buscar
información al respecto.
Este es otro de los dolorosos capítulos de nuestra historia que se han ido borrando entre las múltiples consecuencias que deja el conflicto armado, pero que con acierto retrata el escritor antioqueño Andrés London en El día que llovió sangre.
Por medio de la voz de Francisco y Dina Luz y la forma en
que estos menores de edad ven la realidad que viven, el autor plasma el
abandono estatal en el que, aún hoy en día, están inmersos muchos territorios
en el país; la zozobra con la que se convive en un rincón al que han sido
relegados los olvidados. En las calles el silencio es ensordecedor y el temor
ante lo inevitable es un dolor que cercena cualquier esperanza.
La narración avanza como una cuenta regresiva hacia la
tragedia, misma en la que conocemos algo de la vida de diferentes personajes,
de su entorno y lo que perdieron, las cicatrices que nunca cerrarán. Sabemos
hacia donde nos dirigimos, pero rogamos porque el texto nos brinde una luz que borre
un hecho que ya está escrito.
Foto tomada del Centro Nacional de Memoria Histórica de Colombia |
El día en que llovió sangre es un durísimo recordatorio del país en que vivimos, de la violencia que ha sido protagonista durante tantos años y que, desafortunadamente, hemos normalizado. A su vez, es un valioso recordatorio del poder de la memoria, de la importancia de no olvidar y de reconocer a cada víctima como individuo y no como una cifra. En este respecto se hace un ejercicio invaluable en el que se da nombre a todas y cada una de las personas que fallecieron allí.
Hay que reconocer que nos convertimos en una sociedad que
trivializó la violencia y ha dejado de verla como el fracaso que realmente
significa. Documentos como este son lecturas necesarias en aulas de clase y las
bibliotecas personales de cualquier colombiano para que no nos permitamos
olvidar, para que pensemos en los privilegios con los que muchos no han
contado. En una realidad en la que las muertes y las tragedias se han vuelto
paisaje en los titulares de las noticias y en simples estadísticas, libros como
este son un compromiso imperioso en la construcción de un país que repare y
recuerde a sus víctimas.
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