Reseña: El cuento de la criada - Margaret Atwood
El término patriarcado deriva de la palabra patriarca,
cuyas raíces griegas traducen patria y expresión de mandato. Según la RAE,
cuando hablamos de este concepto nos referimos a una organización social
primitiva en donde la autoridad es ejercida por un varón.
La dominación histórica del sexo masculino en los diferentes espacios
de la sociedad es un fenómeno notorio. Sí, en ciertas épocas el matriarcado fue el sistema imperante en Europa y en algunas comunidades indígenas americanas (uno mucho más democrático que el
patriarcado, según cuentan los historiadores), pero la actualidad es
muy diferente. Solo hace falta recordar, por ejemplo, que no fue sino hasta 1916 que una mujer, Simiravo
Bandaranaike, llegó a ocupar el primer ministerio de un país.
Hoy, muchas cosas han cambiado, y tanto la propia
razón humana como la lucha incansable de grupos feministas y de adeptos a su
causa han logrado que la igualdad de derechos sea una realidad mucho más
latente (aunque todavía algo lejana). La figura de la mujer
que se queda en casa porque eso es lo que debe y puede hacer, de a poco ha
ido pasando a ser una decisión autónoma y no una imposición. Cada día son más
las mujeres que acceden al mercado laboral con las mismas condiciones
salariales que los hombres, cada vez son más las deportistas que compiten por
premios de cuantías iguales a las de los varones, cada vez son más las mujeres
que entran al universo político y juegan un papel importante en las decisiones
de un país…
Lamentablemente, si algo nos ha
demostrado la historia es que, como humanidad, somos capaces de actos absurdos y atroces. ¿Se imaginan que un día un grupo de políticos tome la decisión de
delimitar a su mínima expresión los derechos de las mujeres
con la excusa de que esa es la única forma de recuperar la estabilidad en un
país? Puede parecer descabellado, pero recordemos que hubo un tiempo en que la esclavitud era vista como algo normal o los derechos
reproductivos de la mujer inexistentes... Hemos avanzado, sí, pero queda trabajo por hacer y, lo más importante, muchísimo por cuidar. Ningún derecho puede darse por sentado.
En 1985, la escritora y visionaria canadiense Margaret Atwood, ganadora en 2008 del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, se dio a la
tarea de imaginar un mundo como el que acabo de describirles, y así nació “El cuento de la criada”, novela que navega entre la distopía, la ficción especulativa y la historia de anticipación.
La contaminación producida por los seres humanos y los efectos de las guerras nucleares han tenido como consecuencia una baja exponencial en los índices de natalidad del mundo entero. Usando esto como excusa, un grupo de hombres con poder político y una doctrina religiosa arcaica, que se hace llamar Los hijos de Jacob, asume el control de Estados Unidos (al que bautizan como la República de Gilead) con el fin de salvarlo física y espiritualmente. Su principal propuesta radica en un plan para mejorar las tasas de fertilidad y así poder repoblar el planeta como la religión manda. Para ello, establecen que la función esencial de la mujer es la maternidad, por lo que centrarse en procrear debe ser su único objetivo y preocupación. En otras palabras, la mujer es vista como un útero con patas.
El universo imaginado por Atwood tiene una jerarquía social muy demarcada, en donde los hombres poderosos son los que llevan las riendas, los otros hombres trabajan para ellos; y las mujeres van clasificándose en diferentes grupos según su relación con los dirigentes, su aceptación a la doctrina imperante y, principalmente, por si son o no fértiles.
Defred es la protagonista y narradora de este cuento. Es una mujer fértil, quien por mandato divino y en pro de la salvación de la República debe asumir el papel de criada, rol que le implica servir como dadora de vida para diferentes familias de los dirigentes de la nación, a quienes se les denomina comandantes. En caso de negarse o rebelarse, una criada puede ser ejecutada públicamente o llevada a las colonias para morir de manera lenta y dolorosa a causa de la polución generada por los residuos tóxicos.
El relato de Defred nos da una visión micro de Gilead, su sistema político y
las reglas de juego que la sociedad aceptó y en las que las mujeres son las principales damnificadas. No es necesario entrar en las oficinas de los dirigentes, ni presenciar sus debates para conocer a
fondo el modelo que se creó, sus verdaderas motivaciones y las formas en que logran perpetuarlo.
Margaret Atwood creó con Defred a un símbolo, un personaje poderoso, capaz de hacer sentir al lector su dolor, su indefensión ante un gobierno que la socaba y maltrata su dignidad, el sufrimiento que le causa pensar en el pasado, el miedo ante el presente, la incertidumbre hacia el futuro, la frialdad de la resignación, la nostalgia latente, la convicción que deviene de los detalles más ínfimos y un sinfín de sensaciones y sentimientos que, desde la primera letra hasta el punto final de su narración, vamos a experimentar a su lado.
A pesar del sentido crítico y del mensaje feminista implícito en el libro, este monólogo de una criada que se niega al destino que vive no atraviesa esa delgada línea en donde un texto se convierte en aleccionador, sino que expone y examina una realidad con sus antecedentes y consecuencias y abre la posibilidad de conversar al respecto.
Lo mencionado anteriormente cobra más fuerza ya que el texto es sencillo, sin adornos innecesarios ni palabras rebuscadas, haciendo que el peso de lo que se cuenta sea lo que valga. Atwood y Defred son directas en su intención, lo que le da a la novela una potencia tremenda.
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Margaret Atwood. Tomada de Literaty Hub. |
Al terminar de leerla, fue imposible no pensar en por qué la academia y los críticos literarios tradicionales no incluyen “El cuento de la criada” dentro de las obras canon de la distopía clásica, siendo que tiene todos los elementos y la calidad de otras como “1984”, “Un mundo feliz” o “Fahrenheit 451”. Y eso me lleva a pensar también en por qué el boom latinoamericano estuvo conformado solo por hombres cuando hubo y hay escritoras del calibre de Elena Poniatowska, Albalucía Ángel, Elena Garro o María Luisa Bombal, por ejemplo...
“El cuento de la criada” es un clásico moderno de la literatura y una obra certera ante la que no queda más que reflexionar, respirar profundo e intentar sobrevivir. Un relato angustiante, que indigna y te llena de cuestionamientos y dilemas morales, y que invita a pensar de manera más consciente en nuestra realidad. Una denuncia valiente hacia la reivindicación de los derechos de la mujer y su valía dentro de la sociedad. Pocos libros me han hecho sentir y reflexionar como este lo logró. Fue en parteaguas en mi vida y mi forma de pensar y ver el mundo. Jamás dejaré de recomendarlo.
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Novela gráfica de The handmaid´s tale |
Pdta.: La serie basada en el libro es de altísima calidad, y
permite profundizar en muchos temas que el libro deja de lado por su narración en primera persona. Recomendadísima.
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