Reseña: La lagartija - Luisa Noguera

“Luego de aquella noche en la que se acostó sin comer y descubrió que algo realmente enorme le hacía falta, podría decirse que la niña cambió. Cambió como lo hacemos todos: unos muy temprano, otros más tarde y algunos cuando ya no importa si lo hacen o no. El caso es que todos terminamos cambiando”.

Esta cita habla de Laura Gartija Realpe (Lala), una pequeña que heredó de su fallecido padre, el señor Gartija, el amor por los insectos. Ella es la protagonista de «La lagartija», novela de la escritora colombiana Luisa Noguera, recomendada para mayores de siete años e ilustrada por el reconocido artista mexicano Israel Barrón.

Aunque ahora vive con su madre, su padrastro (el señor Garzón) y con dos hermanitas que nacieron de esa unión (Sol y Alba), Lala conserva en la mente diferentes recuerdos del señor Gartija y en su mesa de noche siempre está una fotografía de él. Pero la ausencia de ese padre ha marcado de tristeza y soledad la vida de la niña, quien siente que no encaja en su familia.

Las cosas en el colegio tampoco son fáciles, pues Lala es objeto de burla por parte de sus compañeros, quienes la molestan por ser tímida, por ser callada y por su gusto hacia los bichos. Y cuando no la molestan, la ignoran por completo. Incluso, empezaron a decirle ‘la lagartija’ debido a su amor por estos animales y al juego de palabras entre su nombre y su apellido, pero Lala hizo frente a esto su modo y tomó el sobrenombre como un regalo.

El libro nos presenta a una niña en la búsqueda de su lugar en el mundo, con ganas de pertenecer a un círculo, de comprender quién es, qué le gusta y qué le hace feliz. Luisa Noguera tiene una sensibilidad asombrosa para entender y dar voz a estas inquietudes propias del ser humano y que nos asaltan en diferentes etapas de la vida, pero que en la infancia pueden resultar más complejas.

Descubrir nuestra identidad no es un proceso fácil, pues en ello hacen parte también quienes nos rodean y todos los juicios y preceptos que la sociedad, el colegio y nuestra misma familia pueden dejarnos. Es común escuchar que se le dice a los más pequeños (y también a los no tan pequeños) que deben vestir de cierto color, que deben acercarse a ciertas aficiones o que deben comportarse de cierto modo, olvidando el sentir de cada uno, lo que en cierta manera termina “cortándoles las alas” e invalidando su esencia, eso que son en realidad. Por ejemplo, Lala tiene un gusto por los insectos que es poco común, pero no por ello debería ser juzgada ni alentada a dejar lo que la hace feliz.

Lo anterior también permite conversar sobre la empatía y lo relevante que resulta entender a los otros para comprendernos a nosotros mismos. Ponerse en los zapatos de los demás y evitar juzgar de buenas a primeras es básico para convivir. Aquí es primordial hablar del papel que padres, madres, docentes y cuidadores juegan en la formación de niños y niñas, de la atención que deben tener frente a lo que les pasa y del acompañamiento y amor que deben brindarles.

Otro de los puntos que aborda la novela, y que se conecta mucho con la cita con la que inició esta reseña, es la vida como algo que no es estático: habrá días buenos, días normales y días malos, y el ciclo va a repetirse, cambiar y puede hacerse más largo de lo que quisiéramos, pero así son las cosas, así es ser humano. Leer la historia de Lala es ver un retrato de la vida que nos toca, de la tristeza que aparece, de los momentos en que nos sentimos insuficientes y otros en los que llega algo que nos sube el ánimo y nos libera.

Esto último me permite hablar de un personaje maravilloso y que tiene un significado muy especial dentro de la novela. Lala pasa sus recreos sola en el patio del colegio, hasta que un día se encuentra con una pequeña lagartija que poco a poco se irá convirtiendo en compañía para ella. El animal representa no solo una amiga para Lala, sino también el abrazo a eso que le gusta, a lo que es ella y lo que la hace ser quien es. Todos y todas tenemos pasiones o aficiones y no deberíamos dejar que el camino nos haga abandonarlas por encajar o porque alguien más vea lo que hacemos como raro.

Algo bellísimo dentro de este relato es la representación que se hace a los diferentes tipos de familia que hay, pues el modelo tradicional (mamá, papá e hijos) no es el único que existe ni ha existido y pertenecer a un círculo distinto al que la sociedad tiene en su imaginario como normal no debería ser para nadie un obstáculo ni un motivo de discriminación.

Para hablar de esta novela es necesario mencionar el increíble trabajo que hace el artista mexicano Israel Barrón al darle vida a los personajes, sus sentimientos y a los entornos por los que se mueven. Cada ilustración amplifica lo que la autora nos cuenta en palabras y permite conectarnos con todo lo que le ocurre a Lala, ver en sus expresiones mucho más de lo evidente.

«La lagartija» es un libro que invita a reflexionar y pensar sobre un montón de temas sin ser aleccionador en ningún momento, sino permitiendo que sean los lectores quienes asuman una posición. Una historia para todas las edades que habla del duelo, la familia, el acoso escolar (bullying), la soledad, y la importancia de ser quienes somos y de buscar esas cosas y esos lugares que nos hagan sentir seguros.

Pdta.: Amé el final de la novela.

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