"Escribir también es un acto de valentía”. Una entrevista Trudy Jordan
Su diario consignaba las cosas que vivía día a día con sus amigas en el colegio, los primeros amores y los sentimientos que la acompañaban en la adolescencia. Ese fue el acercamiento inicial de Trudy Jordan con el ejercicio de la escritura y del cuál devino una pasión inusitada por narrar, misma que se vio truncada cuando, luego de entregar un cuento para que fuera incluido en el anuario de la institución en la que estudiaba, le dijeron que su relato no podía salir a la luz porque era muy duro para el contexto escolar. Los años pasaron y los cuadernos que permanecieron cerrados durante un tiempo tocaron a su puerta para que volviera a usarlos, para que los llenara de su cotidianidad y de las historias que jamás la abandonaron.
“Cuando
mi casa se llenó de libretas, empecé a buscar cursos de redacción y encontré
uno virtual en España. Luego tomé otro de escritura creativa y en ambos
espacios me dejaron pequeñas tareas que me hicieron sentir satisfecha. Entendí
el ejercicio de escribir como una terapia. Me fascina hacerlo y, aunque tenía
miedo porque creía que era ya muy mayor, comprendí que nunca hay un tiempo
límite para dar el primer paso”.
Esta arquitecta colombiana salió del país para radicarse y ejercer su carrera en México, lugar en el que empezó a hacerse un camino en el panorama literario con la participación en varias antologías de cuentos. Sus jornadas detrás de una hoja o de un computador la llevaron a conocer a Mina, la protagonista de Así comenzó nuestro olvido, su primera novela, en la cual trabajó durante cinco años.
Si bien
este proyecto no es autobiográfico, sí toma muchas cosas de la realidad que
vivió la autora en la Bogotá de los años ochenta y de las vivencias de su
familia y su círculo social. “Escribir sobre lo que pasé y ser honesta con
ello me llenó de miedo por lo que pudieran decir. Vivimos en una sociedad que,
antes y ahora, juzga y critica todo, por lo que duré casi dos años con esta novela
dentro de un cajón por temor a las opiniones que pudiera generar. Porque la
familia grande, el contexto de la ciudad y lo que ocurre en el colegio está
inspirado en lo que viví. Todo eso es real”.
Estamos
ante una obra intimista y llena de sensibilidad que sigue la historia de una
joven cuya vida ha estado marcada por el silencio que las mujeres de su entorno
guardaban cuando los hombres hablaban, así como por la huella que le dejó Santiago,
su primer amor, un seminarista al que no ha podido olvidar. Además de lo
anterior, tanto Mina como Trudy hacen parte del momento en el tiempo en el que
la guerra contra el narcotráfico en Colombia inició luego de que Pablo Escobar,
líder del Cartel de Medellín, ordenara el asesinato de Rodrigo Lara Bonilla, el
entonces ministro de justicia. Esta fue una época en la que la violencia se
adueñó del país, cobrando más víctimas de las que se han reconocido
oficialmente y dejando una marca imborrable en lo que somos como sociedad.
“Sé que se ha escrito mucho sobre esos años, pero yo quería contarlo desde la perspectiva de una niña que veía las noticias por televisión y no entendía qué estaba pasando. Colombia parecía estar viniéndose abajo, pero en mi casa seguía habiendo comida y los adultos nos querían hacer ver que las cosas iban bien. Ese fenómeno nos afectó a todos de alguna manera. La violencia nos marcó. Las secuelas y las pérdidas no son las mismas, pero hay consecuencias para todos por lo que vivimos”.
Mina, la
protagonista de Así comenzó nuestro olvido, nació en un hogar con muchos
privilegios y, podría decirse, tenía la vida ‘arreglada’. Sin embargo, supo
entender que el entorno en el que se movía estaba lleno de restricciones para
las mujeres y tuvo la valentía y la oportunidad de decidir sobre su presente y
su futuro. “Ella y yo nos parecemos en eso”, dice Jordan. “Vengo de
una familia grande, yo soy la menor de 10 hijos y siempre me preguntaba: ¿Quién
soy? ¿Cómo me construyo a mí misma? Porque tenía 9 referentes encima y dar
respuesta a eso no resultaba tan fácil. No lo sigue siendo ahora, pero he
aprendido a conocerme y a construir a la persona auténtica que deseo ser”.
En esta
exploración de la identidad, la novela abre una conversación interesantísima
sobre la exclusión y el silencio como forma de violencia y evidencia clara del
machismo. Apenas en 1954 se dio a las mujeres el derecho al voto en Colombia,
pero solo décadas después su participación en la discusión política empezó a darse.
“No hacer parte de esos diálogos nos impedía llegar a esferas de poder
porque no sabíamos cómo hacerlo. No teníamos acceso a la información necesaria
para ello”.
Algo que
Jordan tiene claro es que quiere que esta obra sea un recordatorio de lo mucho
que ha logrado la lucha por los derechos y libertades de la mujer a través del
tiempo, pero también de la importancia de no olvidar cómo fueron las cosas
antes ni el camino que se ha recorrido para llegar al presente. “Hay una frase
trillada que funciona perfecto en este caso: Quién no conoce su historia está
condenado a repetirla. En ese sentido quiero que este libro sea un legado para
la generación actual, para que entiendan que nosotras también teníamos su misma
lucha, aunque no las mismas herramientas. O sea, no existían Internet,
WhatsApp, ni mecanismos de comunicación como los que hay ahora y que nos
permitieran conectar con otras mujeres y hacer que la voz de protesta fuera más
grande. El miedo era enorme. Sabíamos que las cosas no estaban del todo bien,
pero no sabíamos cómo actuar ante ello”.
Hoy, esta escritora
está más convencida que nunca de que quiere seguir narrando su realidad, la de
las mujeres que la rodean y la de esas vidas que no merecen quedarse en el
olvido. “Escribir también es un acto de valentía. Todo el mundo hace
maestrías en economía, en administración o en ingeniería. Yo creo que escribir
es una especie de maestría en uno mismo, una maestría urgente para entender
todo lo que nos pasa, todo lo que sentimos y poder expresarlo sin miedos”.
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