Reseña: El signo del adiós - Javier Tibaquirá

Ese viernes hice correr a mi mamá para llegar rápido a casa. Me cambié, almorcé y me senté en la sala a ver si Freezer por fin llegaba a su última transformación en Dragon Ball Z, mientras esperaba impaciente a mi tío. Eran las 2p.m., si mal no recuerdo.

Un par de días atrás, él había ido a visitarnos. Ese mismo par de días atrás, por debajo de la puerta dejaron un cupón de descuento para la función del viernes del circo del payaso Bebé, la última de esa temporada. Tenía muchas ganas de ir, pero mi papá salía de trabajar a la madrugada y mi mamá me recalcó que no había plata para llevarme. Mi tío me dijo que él me invitaba, que fresco, que él vendría el viernes a las 4 p.m. por mí, para alcanzar a llegar a tiempo al show que empezaba a las 5 p.m.

Llegó la hora y mi tío no apareció. En donde él vivía no había teléfono y en esa época la comunicación no era tan fácil pues no teníamos celulares. Ya eran las 5:30 p.m. y yo seguía en la sala. Pensé en los otros niños felices porque sí pudieron ir al circo, viendo a los payasos, malabaristas, trapecistas, bailarinas, tragafuegos y titiriteros, quienes eran igualmente felices al hacer lo que les gustaba y al sentir la emoción de tanta gente por lo que ellos hacían. “Ya tendremos plata e iremos a otro circo” me dijo mi mamá. Lloré mucho ese día.

Lo ocurrido puso a la tristeza en mi imaginario de algo que solo relacionaba con sonrisas y alegría. Una tristeza que el tiempo clarificó en demasía y expuso directamente. Una tristeza que trae consigo a la nostalgia y al deseo de lo no ocurrido. Una tristeza que es común en lo humano así trate de ocultarse.

A las afueras de un barrio de invasión en lo alto de la montaña, se ven los colores maltratados de la carpa del Maché, un circo no itinerante marcado por la época dorada que se terminó y el ocaso que se presenta. Este circo es el escenario de El signo del adiós, primera novela del filólogo y escritor bogotano Javier Tibaquirá Pinto, obra ganadora del primer Premio Ópera Primera organizado por Panamericana Editorial con el objetivo de crear una colección para dar espacio a nuevas voces dentro del panorama literario nacional.

El libro inicia con el mago Moretti despertándose sin ser capaz de recordar de manera clara lo que ocurrió la noche anterior. Amnesia etílica. Seguro se le pasaron los tragos con don Bornet, el hombre orquesta, quien, al igual que él, también ha sobrevivido a todas las extinciones u olas de despidos que ha enfrentado ese pobre circo desde su fundación.

Esta novela es protagonizada por personajes que tratan de cubrir la oscuridad que los habita para dar el mejor espectáculo cuando inicia la función, o al menos dar la ilusión de que lo hacen. Una realidad similar a la de cualquiera de nosotros, en la que la monotonía y la frustración se convierten en un germen que nos socava mientras tratamos de sobrevivir. Pero también es una novela sobre los anhelos, sobre las fantasías que construimos y soñamos con hacer realidad, mismas que se prenden a nosotros y se convierten en un bonito recuerdo o en una dolorosa cicatriz.

Entre conejos, una boa, engaños, trucos cada vez menos vistosos y una pared de sueños, este circo refleja el paso del tiempo y las marcas que vienen consigo. Las decisiones que tomamos y las relaciones que establecemos. Los cambios que sufre el entorno y la adaptación que ello implica para cada uno. La necesidad de reinvención, esa misma a la que en todas las esferas posibles nos “invitan” en estos tiempos de pandemia. Esa misma de la cual ya estoy harto de escuchar.

¿Recuerdan esa ciudad pequeña en la que los altos edificios eran la excepción y no la regla?, ¿o las cartas que pasábamos de compañero a compañero para que llegaran a su destinatario? ¿Esa hambre de crecer que teníamos inocentemente cuando éramos niños? Yo sí lo recuerdo. Tal vez ese también sea el signo del adiós del que el escritor nos habla en este libro. El signo de un mundo que sigue su curso.


Reseña publicada originalmente en la Revista Arcadia

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