Reseña: Las horas lentas de la noche - Hugo Marroquín
Hace poco tiempo me encontré sentado escuchando palabras que
no veía venir. Después de varios años de aventura, mi compañero de viaje
decidió bajarse de barco y emprender un nuevo camino, pero esta vez sin mí.
Moví los pies sin ningún destino, pensando en todo lo que vivimos, en las cosas
que me hicieron feliz a su lado, en las muchas que tenía planeadas junto a él,
pero que ya no podrían ser. Llegué a la casa, me tiré a la cama, y visualicé el
futuro que ahora debía construir solo. ¿Pero cómo? ¿Sería capaz de encontrar a
otra persona en quien confiar? ¿Con quién pasaría los fines de semana
arrunchado viendo películas? ¿Quién me daría los buenos días cada mañana?
¿Quién me abrazaría en esos momentos en que lo único que necesitamos es un
abrazo? ¿Cómo encontraría el modo de seguir adelante?
Nunca había sentido ese nudo en la garganta que te ahoga y
te quema al mismo tiempo, ese sentimiento de vacío que parece no llenarse, esa
sensación de que nada tiene una razón de ser, ese presentimiento de que no
podría conciliar el sueño aun cuando me sintiera increíblemente cansado. Nunca
la noche pareció tan eterna como en esos días…
Seguramente de algo como lo que viví fue de donde surgió el
segundo libro de Hugo Marroquín (autor de “Los años de los amantes”), que lleva
como nombre “Las horas lentas de la noche”. En él nos encontramos con la
historia de Diana, una mujer que vive sola en un edificio cualquiera de una
ciudad sin nombre, quien acaba de terminar una relación de largo tiempo y está
a punto de cumplir 30 años. Esta exitosa mujer tiene un mejor amigo gay llamado
Max, un hombre que, según las descripciones de ella, es casi perfecto, y que
cree en el amor como pocos en nuestro tiempo lo hacen. Al edificio en el que
vive Diana ha llegado un nuevo vecino, un hombre de pocas palabras que ha
logrado despertar gran inquietud en la mujer, tanto así que constantemente
trata de escuchar pegada a la pared lo que pasa en el departamento contiguo.
Una noche, Diana invita a Max a su casa para hablar como los buenos amigos que
son, y es en esa noche en donde tanto ellos como su vecino nos dejarán ver más
allá de lo que los ojos pueden observar.
Ya con el anterior libro de Hugo Marroquín conocí su
capacidad de meterte en su historia y hacértela vivir como si fuera tuya, y con
este libro esa virtud fue confirmada con creces. “Las horas lentas de la noche”
es una historia que seguramente la gran mayoría de nosotros hemos vivido, puede
que no en su totalidad, pero no temo al afirmar que las vivencias de Diana, el vecino
del 301 y de Max han sido las nuestras en algún punto.
Esta novela tiene dos narradores: el compañero de piso de
Diana, y un tercero que nos va contando lo que pasa con la mujer y su mejor
amigo. Estas voces tienen diferentes objetivos, pero ambas guardan algo en
común, y es el tono intimista que permea su discurso. Este libro se siente como
un café a las cinco de la tarde con el mejor amigo en donde las verdades salen
a flote, las lágrimas se hacen presentes, y el silencio grita enardecido para
liberar al alma de las cargas tan pesadas que lleva encima.
Conocer a los tres personajes que confluyen en esta obra fue como conocer y reconocer muchas cosas de mi propio ser. Cada uno de los protagonistas afronta la verdad que la vida y ellos mismos con sus elecciones han decidido darse, y lo hacen de manera tan, pero tan personal, que simplemente es imposible no dejarse afectar por lo que te están compartiendo. Cada uno de ellos tiene sus particularidades, sus características que los hacen únicos, una forma de pensar y vivir particular, pero en el fondo guardan una estrecha relación el uno con el otro, una conexión que el lector descubrirá al ritmo de las horas que transcurren.
Este relato a dos voces seguramente obedece a vivencias personales del autor y
a cosas que desde el otro lado él ha podido presenciar, y lo más interesante
del asunto es que las letras logran capturar todo lo que situaciones como las
que atraviesan los personajes pueden llegar a causar. Hugo Marroquín tiene una
habilidad innata para llegar a lo más profundo de tu alma y escudriñar en ella,
para hacer que recuerdes hasta el más mínimo detalle de lo que has vivido, y
para pensar en lo que se viene, incluso cuando todo parece haberse ido a la
mierda.
Este libro es una introspección, un estudio humano del amor
y el desamor, del odio, de la soledad, de las expectativas, de lo que
escondemos, de la familia, de la amistad, del miedo, de la incertidumbre, y de tantas
cosas más que es imposible dejar plasmadas en este escrito, y que no vale la
pena hacerlo, pues les aseguro que es mucho más fructífero vivirlo en carne
propia en la lectura de la novela. Capítulo a capítulo nos encontraremos con
tres modos de ver la vida totalmente diferentes, con tres formas de afrontar el
día a día muy distintos, y con decisiones poderosamente humanas, que
seguramente ya hemos tomado o que evaluaremos en un futuro.
Y es quizás ese el punto más fuerte dentro de las pasadas
200 páginas con que cuenta este libro, el abordar este tipo de sentimientos
desde diferentes flancos (especialmente el que hace de la soledad), el mostrar los diferentes roles que podemos asumir, cada
uno soportado por una historia de vida, por las experiencias que una persona pasa,
y por lo que las decisiones de otros han influido en las nuestras. Hablando con
Diana, con su vecino y con Max, sentí que mi corazón se apachurraba, que muchas
veces la vida no tiene sentido, que vale la pena creer en el amor, que millones
de palabras pueden no decir nada, que una sola palabra puede significar todo,
que no es recomendable hacernos altas expectativas con alguien, que no debemos
dejar que miedos del pasado nos impidan cimentar un futuro, que es importante
tener a alguien a nuestro lado para complementarnos, y también que no
necesitamos de nadie para ser felices.
El libro está lleno de frases de esas que se ponen en un
post en redes sociales y pueden volverse virales en un segundo, esas mismas que
en su corta extensión expresan una galaxia entera de sensaciones y
experiencias. Marroquín posee una narrativa que palpita, que no teme a
desbordarte, que desde lo sencillo te transporta a la complejidad de lo que somos
y sentimos los seres humanos, y que te sobrepasa en muchos momentos y te impide
salir ileso de la lectura. Se entrelazan diálogos y pensamientos para mostrar
un panorama más completo de lo que está pasando, de las cosas que se quedan en
el diario de las ilusiones, y de los demonios que insisten en hacerse presentes
y que con el tiempo se hacen más fuertes.
Sin embargo, y aunque todo lo que he dicho es visiblemente
positivo, debo mencionar que encontré en mi convivencia con este libro un pequeño
gran lunar, y fue la nula identificación que tuve con su cierre. Entiendo lo
que quiso hacer el autor y lo que buscó con el pasaje final, pero sencillamente
fue muy poco lo que ese desenlace me transmitió, demasiado abrupto para mi
gusto, y es un detalle que prefiero olvidar para no dañar la memorable experiencia
que representó recordar y vivir de la mano de Diana, el vecino del 301 y de
Max.
“Las horas lentas de la noche” es uno de esos libros que no
se pueden olvidar, que llevarás contigo hasta el final de tus días. Una
historia humana, íntima, llena de dolor y de verdad. Una novela que se mete en
tu sistema nervioso y se adueña de él por completo. Una obra soberbia en donde las
letras fluyen sin freno y la vida misma se desarrolla a su gusto. Una muestra
incontestable de todo lo que puede llegar a ofrecer Hugo Marroquín como autor,
y de su pericia para rompernos el corazón. Señor escritor frente al que
estamos.
Espero que odien tanto como yo a Daniel, y que le digan a
sus padres todo lo que sientan la necesidad de decirles. Una palabra puede
cambiar una vida, no lo olviden nunca.
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