Reseña: El final de todos los agostos - Alfonso Casas
Más que una reseña, este es un viaje en el tiempo. Un viaje al final de todos los agostos...
Lo conocí un día de enero, con la luna en la nariz. Y como
vi que era sincero, en sus ojos me perdí… No, mi historia no fue así. Lo conocí un día que no recuerdo, en un mes cualquiera de hace algunos años.
Teníamos un amigo en común, y entre interacciones por redes sociales, recibí un mensaje privado con un saludo de su parte. A partir de ahí,
empezamos a cultivar algo que no sé como definir, a crear un lazo de esos que
no son fáciles de explicar.
Hablábamos de política, economía, cine, música, de la
situación del país y de muchos otros temas que tenemos en común. Nos halagábamos
mutuamente, nos hacíamos compañía desde la distancia y nos fuimos convirtiendo
poco a poco el uno en el soporte del otro.
Pero un día me enteré de algo que rompió por completo todo
lo construido. Sí, no nos habíamos visto frente a frente, pero habíamos
construido algo. En medio de textos, de tuits, de llamadas nocturnas, logramos
construir algo, que por culpa de algo más que no se dijo terminó por
quebrarse.
Nos alejamos. Él salió del país buscando otro camino,
tratando de encontrarse. Yo me quedé aquí, siguiendo con mi vida. De vez en
cuando nos saludábamos. Veía sus fotos en Facebook o Instagram y sabía que ese gusto tan fuerte que había sentido seguía ahí. Algo se había roto, pero aún teníamos un lazo que se negaba a soltarnos.
Pasaron los años y, por fin, nos encontramos. Pude ver sus manos temblar mientras charlamos. Pude observar
mi pie derecho zapateando sin descanso mientras lo miraba. Pude sentir más
fuerte que nunca esa conexión que solo nosotros dos podíamos sentir, esa que parecía desecha, pero que solo necesitaba de ese instante para volver
a ser la de antes, e incluso más fuerte que nunca.
Sin embargo, la vida había pasado para ambos, y cada cual tenía
parte de un nuevo camino ya atravesado. Nos despedimos con un abrazo fuerte, uno que esperábamos con ansias al fin ocurriera.
Hoy, escribiendo esto, me pregunto nuevamente (me he
cuestionado esto más de mil veces, no les miento) qué sería de nuestras vidas
si hubiéramos tomado el riesgo de entrelazar nuestros dedos y caminar uno al
lado del otro, cómo pasarían nuestros días si hubiéramos dejado atrás los errores
y los miedos. ¿Cómo sería mi existencia si hoy amaneciera a su lado?
No sé si algún día logre dar una respuesta a todas las
inquietudes que eso, a lo que no le encuentro nombre, me genera. Seguramente
seguiré imaginando escenarios, como muchas otras cosas que me pasan en la vida
me llevan a hacer. Es posible que no consiga averiguar qué sería de mí si
hubiera tomado otro tipo de decisiones.
Soy un hombre que piensa y reflexiona mucho sobre su pasado,
sobre las cosas que hizo y las que no, sobre las rutas que atravesó y las que
dejó atrás, y sobre lo que es y lo que pudo ser. Esta historia que les cuento
es una de esas que siempre están ahí, pero cuyo recuerdo volvió con fuerza
luego de leer El final de todos los agostos de Alfonso Casas. ¿Por qué? Porque este libro es una
pregunta sin respuesta, una constante búsqueda de algo que quizá no quiera
encontrarse.
La vida de Dani (el protagonista del libro), al igual que la
mía, y estoy seguro que de la de millones de seres humanos en este planeta, está
llena de esos escenarios que no fueron, de esos dibujos que nunca fuimos
capaces de terminar. Él está a punto casarse con la persona con la que lleva
mucho tiempo compartiendo experiencias, pero hay algo que lo inquieta y no lo
deja tranquilo, y es saber qué habría pasado si Pumuki, alguien de su pasado,
fuera con quien estuviera comprometido.
Ese constante “¿y si…?”
que va y viene como el sol día tras día, trae consigo dudas de todo tipo, desde
haber tomado una u otra ruta de bus, hasta haber estudiado una u otra carrera.
Dani me mostró su historia y el viaje en el tiempo que realiza para traer de
vuelta todas esas vivencias que un día lo hicieron feliz, que en muchos
sentidos lo definieron y que, sin duda alguna, no lo han dejado en paz. Dani, al
igual que yo, no puede dejar de escribir hipótesis en su mente y de pensar en
presentes alternativos que no son nada más que ilusiones, pues la realidad es
otra.
Mientras tecleo (luego de haber borrado muchas cosas que ya
había escrito), es imposible no querer regresar, no pensar en esos momentos en
que pudimos elegir de otra manera, pues, aunque el hoy sea positivo, somos
seres inconformes, disfrutamos suponiendo, y más cuando nuestra vida misma está
inmersa en ese mar de divagaciones e incertidumbres. Somos seres que nunca
dejarán de preguntarse “¿y si…?”.
Comentarios
Publicar un comentario