Un cuento llamado edición
La escritura es un ejercicio universal, al
alcance de todos, indistinto de la rama académica en la que nos desempeñamos,
independiente de la historia que estemos relatando, totalmente desapegada de
nuestro nombre o nuestro credo. Escribir es algo humano, es algo tan normal
como mi zapato golpeando el suelo insistentemente mientras escribo estas
palabras, o como el afán de un escritor por tener al lado el mejor padrino
posible para sus letras.
No es necesario sentarse frente a un
computador, como lo estoy haciendo yo en este preciso instante, ni imprimir el
carboncillo del lápiz en el papel, pues cada acto que realizamos y lo que ellos
provocan en el entorno es en sí misma una forma de escribir, un modo de contar,
una expresión narrativa.
Escribimos para recibir a cambio un salario,
para distorsionar la sensibilidad de la persona que hace que mariposas
gástricas vomiten en nuestro interior, para expresar lo que nos genera la
mierda de mundo que hemos creado, para olvidarnos de todo y descubrir nuevos
espacios, para que las historias que rondan nuestros días no se queden en el
olvido. Sin importar cuál sea la motivación, escribimos para existir.
Y es en las motivaciones en donde el editor
dice presente. Cuando el narrador decide que tiene algo que contar y quiere
compartirlo con aquel lector desprevenido que tropieza insistentemente con
estanterías cargadas de vida, es donde la literatura le da la bienvenida al
editor.
¿Qué hacen los editores? Esa es la pregunta que
más veces me han hecho durante los últimos meses, y para serles sincero, aún me
cuesta responder.
Muchos dicen que el editor es un asesino de
sueños, que no entiende los propósitos de una historia y con ello mata la
ilusión de quien escribe por ver sus palabras publicadas. Estoy seguro de que
varios de los autores con quienes he trabajado verán mi labor como la de un
cirujano que es contratado para quitar algunas páginas de más. Algunos comentan
que los editores no somos más que eslabones inútiles en la cadena de
publicación de un libro. También he escuchado que el editor es solo un
negociante buscando lo que genere mayor rentabilidad para las compañías
editoriales.
Los editores también somos ilustradores y diseñadores... |
¿Y saben qué? De un modo u otro, todo eso es
cierto. Rechazar decenas (incluso centenares) de propuestas mediante un correo
electrónico frío y totalmente parco me hace pensar que soy un asesino de
sueños. Discutir con los autores la forma de hacer más eficiente una historia y
de contarla en el espacio pertinente me hace un cirujano. Cuando recibo
proyectos por encargo que están totalmente pulidos al llegar a mis manos,
siento que soy un eslabón inútil dentro de la cadena del libro. Cuando busco a
un personaje mediático y del que tengo certeza venderemos muchos libros, sé que
estoy pensando en mostrar cifras en un estado financiero como propósito
principal. Sí, eso hace parte de la vida del editor y no hay nada de malo en
ello.
El orgullo de ser editor. |
Pero nuestro ejercicio tiene otros matices. Los
editores somos los auditores del trabajo del escritor, y según nuestro criterio
y conocimiento, vamos pavimentando los espacios maltrechos dentro del texto y haciendo
brillar el diamante en bruto que espera por ser pulido. Los editores tenemos la
tarea de reconocer las necesidades de los lectores y buscar las mejores maneras
de satisfacerlas, de encontrar a quien tenga en su cabeza eso que otros requieren.
El editor es un pescador en la maratónica e interminable labor de atrapar a los
mejores peces del estanque, aquellos que tienen algo por decir en el enorme
acuario llamado mundo editorial. El editor es un detector de tendencias en potencia, que tiene la necesidad de estar enterado del entorno en el que se mueve y de lo que está pasando en el mundo para así ser oportuno en sus apuestas.
El editor es un lector incansable que no tiene límites en la exploración de historias, en tener citas con personajes, en irse a visitar mundos, en reconocer esquemas para hacer más fuerte una narración y en sumergirse entre letras así tenga el texto hasta el cuello. El editor es un compositor encargado de
encontrar los acordes necesarios para que la melodía sea interpretada de la
mejor manera, con las entonaciones pertinentes, con las pausas adecuadas, con
el ritmo apropiado. El editor es un consejero (sí, se aconseja, no se impone)
que solo quiere asegurarse de que la historia que llego a sus manos llegue a la
de los lectores de la mejor manera posible, de que todas las virtudes de la
obra sean expuestas. El editor es un experto en pintar de rojo y azul un texto
con el único propósito de verlo negro reluciente en el futuro. El editor es un
visionario que cumple mil roles sin importar el tiempo que deba invertir
(reuniones comerciales, encuentros con promotores, jornadas de trabajo con
diseñadores y diagramadores, visitas a librerías…), con tal de que el proyecto a su cargo sea de la mayor calidad
posible y tenga un buen comportamiento en el mercado. El editor es el padrino
de los libros que edita, y como tal, solo quiere lo mejor para ellos; nunca lo
olviden.
Por supuesto, hay excepciones en las cuales
esto no se cumple, todo depende de la forma de trabajar de cada uno y de la
pasión que se imprima en lo que se hace. Lo que sí puedo decirles es que los
libros que leen (en su gran mayoría) tienen una cantidad de trabajo de fondo
enorme, de noches enteras de correcciones, de jornadas interminables de charlas
de revisión con el autor, de eternas idas y vueltas en el cuadre de las cajas y
de los detalles que cada libro lleve en su edición, y de amor incalculable,
para que ustedes, los lectores, tengan siempre la historia que esperan (y mucho
más) al alcance de sus manos.
Soy editor. Fin del cuento.
Editor trabajando a las 2 A.M. |
Esteban me alegra muchísimo que haya vuelto. Que hermosa y compleja es la labor del editor.
ResponderBorrarUn abrazo 💙
¡GRACIAS!
BorrarMuy bien por el regreso a tus escritos...!!!!
ResponderBorrar¡GRACIAS!
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