Reseña: El club El Nogal amordaza al escritor- Daniel Emilio Mendoza
En Colombia vivimos un momento coyuntural que puede, o no,
llegar a ser determinante en lo que como nación y como personas podemos llegar
a ser de cara al futuro. La guerra es el pan de cada día desde hace más de 50
años, y aunque muchas cosas parecen no estar en el camino correcto, y muchas
personas insisten en transitar las mismas vías que no nos han permitido
transitar por terreno seguro, las cosas poco a poco van cambiando.
Pero hay que tener algo claro, y es que la paz que tanto
anhelamos no se logra únicamente con la firma de un acuerdo, o con el cese del
fuego de un grupo armado. La responsabilidad en la construcción de un país
diferente no es exclusiva del gobierno de turno, sino de todos y cada uno de
nosotros.
En las entrañas de nuestra sociedad hay un cáncer que nos
hemos encargado de alimentar y hacer más y más grande, y que va más allá del
conflicto armado que nos afecta desde hace mucho, y es la indiferencia.
Resulta común ver en la acera de enfrente un asalto y
decenas de personas presenciándolo sin hacer absolutamente nada para evitarlo.
Es normal ver en los puentes a familias desplazadas siendo atacadas por el
inclemente sol y necesitadas de alimento mientras pasamos por su lado atentos a
nuestros teléfonos móviles tratando de escaparnos del mundo. Se convirtió en
una rutina criticar al vecino por su forma de actuar, sin pararnos a pensar qué
lo ha llevado a ser lo que es.
Hace algunas semanas una niña de siete años fue violada y
asesinada por un hombre de la clase alta bogotana. Este caso puso en evidencia
dos realidades que permean nuestra sociedad y que la carcomen por completo. En
primer lugar, el odio ilimitado y exacerbado de quienes menos tienen por los que
más tienen, y viceversa (guardando las proporciones y no generalizando),
fundamentado en una estratificación social perversa y en todos los problemas
estructurales que devienen de ella; y, en segundo lugar, lo lastimado que están
nuestros conceptos de justicia y convivencia, y lo fragmentados que estamos
como sociedad.
La generalidad de las cosas se ha convertido en un cúmulo de
acciones reprochables en busca del bien individual, violentando
indiscriminadamente lo que somos en conjunto; la mayoría de nosotros ha
olvidado por completo al otro, y eso es algo terrible de cara a cualquier
ejercicio de construcción y desarrollo social. Y sí, las esferas de poder y
control en el país son quizá las que más afectadas se han visto por este virus,
y el peso de sus actos es el de más fácil identificación debido a que todas las
cámaras están sobre sus hombros, pero esto no es exclusivo de ellos y no hay
que decirnos mentiras. Todos estamos enfermos. Todos somos culpables en cierta
medida de lo que somos hoy en día como país.
Daniel Emilio Mendoza es escritor, periodista y abogado. Su
posición política es clara, y no se limita de ningún modo en la forma en que la
expresa; los textos que salen del ser, tangibles en sus dedos sobre un teclado,
no tienen mayor filtro que el que sus ideas puedan crearle. No teme usar
expresiones fuertes, palabras tildadas como soeces socialmente, o decir
verdades que algunos, quisieran que jamás salieran a la luz pública. Daniel es
un personaje atrevido, satírico, progresista, inusual y necesario.
Las visitas al club El Nogal, del cual es socio, ocupaban un
espacio de su vida hasta que fue sancionado por las directivas del mismo a
causa de sus columnas de opinión en donde no se dejaba nada guardado, y del
espectro generado por su novela “El diablo es Dios”.
Como ya mencioné anteriormente, Daniel es un personaje que
no teme decir las cosas como son, y quizá ese sea su mayor pecado: denunciar
por corrupción al corrupto, evidenciar las injusticias del injusto, y muchas
otras cosas que son nuestro pan de cada día y nos lastiman, aunque no seamos
conscientes de ello.
En “El club El Nogal amordaza al escritor” nos encontramos
con un historial de los artículos de opinión más relevantes que ha publicado
este autor, y con un bosquejo del caso que les mencioné anteriormente.
En las páginas de esta obra se plasma un caso particular en
donde la libertad de expresión quiere ser maniatada por las manos del poder que
trata de ocultar la verdad; por “gente de bien” solapada y que cubre sus
picardías a costa de lo que sea para poder seguirlas repitiendo. Este es un
caso particular cuyo estudio puede llegar a ser de gran importancia para todos,
por lo cual es relevante conocerlo. Este es un caso particular que el autor no
teme dejar a la vista de cualquiera de nosotros para sentar un precedente, pues
nadie está exento a enfrentarse con algo parecido.
Este libro es una mezcla curiosa entre crónica, ensayo y
compendio periodístico, en el cual la Editorial 531 ha intentado, con el aval
de Daniel Emilio Mendoza, dejar plasmada una problemática inmisericorde que es
constante en los anaqueles de nuestra historia y que se repite sin control
alguno. Pero es a su vez la naturaleza híbrida del texto y el toque jurídico
que, a pesar del trabajo editorial para hacerlo más suave, lo permea, el mayor
desacierto de la obra pues en la búsqueda de argumentos se torna
exasperantemente repetitivo.
Pero al mismo tiempo esa esencia sin clasificación posible
es la que permite conocer todos los detalles de este caso en donde los
culpables se incriminan a sí mismos y temen a las represalias que ellos pueda
conllevarles, por lo que tratan de tapar sus acciones y callar las voces que
los acusan sin importarles nada.
No comulgo con el aire distendido y con el lenguaje
transgresivamente desafiante que utiliza Daniel para expresar su opinión frente
a muchos de los hecho que construyen la triste, corrupta y camandulera realidad
del país, pero sí me apego a lo válido de su ejercicio y a su valentía, aún a
costa de su propia integridad (no podemos olvidar el caso de Jaime Garzón, ni
el de cientos de periodistas cuyas voces han sido silenciadas por decir lo que
muchos quieren que no se diga o por mostrar verdades que algunos quieren
mantener ocultas).
“El club El Nogal amordaza al escritor” es un
libro no apto para todo público, tanto por su estructura, como por su fondo, y
por supuesto, por los sentimientos encontrados que puede llegar a generar una
persona como Daniel Emilio Mendoza; pero al mismo tiempo, es un libro que
quedará en la historia como el precedente de una voz que quiso dejar su caso
particular, como insumo para el estudio de casos en la generalidad.
El momento coyuntural se manifiesta también en la multiplicación de escritores paridos por el ano. Pero aquí le ganó Sanín a Mendoza: el camino era la tutela no este panfleto ilegible. Un héroe sumercé habérselo leído todo.
ResponderBorrarFue un acto de fe jajaja.
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