Reseña: Ocho lugares que me recuerdan a ti - Alberto Villarreal
Nos conocimos hace unos
años. Soy estrictamente puntual y ese día no fue la excepción. Aún no sé por
qué esperé 30 minutos después de la hora pactada si es algo que nunca hago y no
tenía interés alguno en la persona que venía en camino; la vida funciona de
formas inexplicables.
A primera vista fue algo
deslumbrante. Sus ojos me desconcertaban, agradaban e intimidaban al mismo
tiempo, pero igual, no pude ocultar mi enojo por todos los minutos que estuve
repitiendo pasos mientras la gente seguramente me tildaba de loco.
Caminamos juntos las aceras
atestadas de personas esclavas de sus relojes y de necesidades ávidas de
solución. Caminamos con nuestras palabras como compañía y nuestras sonrisas
como cómplices, hasta que llegamos a un lugar de comida rápida para almorzar
algo ligero, sin saber que ese sería el primero de los cientos de lugares que
visitamos juntos; ese fue el primer escenario del cuento que escribimos sin
darnos cuenta y que nos marcará para toda la vida.
Quizás ese sitio no tenga
nada de especial, ni sea el más fino del mundo o el más exclusivo, pero allí
ante cuadros de lechugas frescas y olor a chipotle, fue donde todo empezó. Ese
espacio guarda la magia que nos hizo ser nosotros mismos.
El reloj marcaba las cinco y
como dicen por ahí, “la noche era muy joven”, así que ingresamos a un terreno
de luces e imaginación, de música estridente y meseros heróicos en donde rodeados de
muchas otras almas, empezamos a conocer un poco más del otro, mientras el trago
sobre la mesa desaparecía al tiempo que nuestras barreras. No fue amor a
primera vista por supuesto, pero algo hizo click en mi interior desde el
preciso momento en que nos conocimos.
Recuerdo las ganas
exacerbadas en nuestra segunda cita de tomar su mano en el cine como hacían
todos los que nos rodeaban, pero los nervios y el miedo fueron más fuertes y
preferí cruzarme de brazos a pesar de sentir que mi juego iba a ser
correspondido. En el silencio de esa sala apenas interrumpido por el crujir de
las palomitas dando su despedida final, pasamos horas enteras acercando
nuestros brazos para cuidarnos con el calor de nuestros cuerpos, colocando
nuestras manos en las piernas del otro, o simplemente mirándonos de manera
inusitada pero muy nuestra, para decirnos cosas que no necesitan palabras para
ser entendidas.
Hoy frente al computador
hago un gesto de picardía al recordar nuestro plan de dejar algo de nuestro
amor en todos los lugares que recorriéramos, y así lo hicimos sin importarnos
más que el otro y que nosotros mismos. Sin importar nada más allá de ese ser
que juntos construimos y que nadie podrá quitarnos.
Miro al techo tratando de
encontrar palabras que me permitan expresar lo que significó ese bosque que nos
acogió mientras en su rostro no cabía una muestra de alegría más al verme
realizado por hacer lo que tanto me gusta. Me perdí entre miles de páginas con
flores de colores fuertes, pájaros desafinados y un par de iguanas embusteras,
pero siempre observe a esa otra persona que era feliz viéndome feliz, sin
importar que todo a su alrededor le fuera ajeno o extraño.
Pero no todos los lugares
que visitamos fueron perfectos, pues algunos representaron quiebres y
desenfados, que al final del día terminaron por acomodar esas piezas que aunque
no aceptáramos, nos afectaban y herían. Recuerdo su irresponsabilidad cuando me
vi sentado en una silla de la sala de urgencias repleta a las dos de la
madrugada muy lejos de casa, con los ojos rojos por la ira y las rodillas
temblando por el aura de la montaña que nos arropaba. Recuerdo sus lágrimas
ante el abrazo fundido que nos confirmó que, imperfectos y llenos de defectos,
estábamos el uno para el otro, y que de eso se trataban las cosas.
Recuerdo aquel metro a
muchas millas de distancia en donde forrado con una bufanda que se paga con un mes
de sueldo trataba de seguir a flote en unas vacaciones inolvidables, mientras
su hombro me servía como almohada y su palabra como aliento. Recuerdo las
cervezas a la una de la mañana mientras en la esquina una fila de vidas con sus
propias historias esperaba por el mejor trozo de pizza de la ciudad, al tiempo
que nosotros reíamos por mis pies cansados y el saldo en rojo de la tarjeta de
crédito.
Aquí, mientras mi celular
descansa sobre la billetera y mi compañero de oficina mira disimuladamente qué
estoy haciendo, recuerdo las palabras de un amor de alguien más que un día me
dijo que somos mucho más de lo que vemos, y que los pedazos que nos hacen lo
que somos, no vienen solo dados de nosotros mismos ni de la gente que está a
nuestro alrededor, sino de las experiencias que nos permitimos vivir, y de los
espacios que acogemos como nuestros.
Y sí, los lugares que
visitamos fueron el escenario de la historia de amor que sin un libreto y sin
buscar el papel, terminamos actuando, y de la cual fuimos el único público
importante, y estoy seguro que los aplausos que nos dimos, son el mayor
reconocimiento que todo lo que nos regalamos puede llegar a recibir.
Tuve la oportunidad de
conocer al autor del libro protagonista de esta reseña durante un conversatorio
que sostuvimos en Bogotá hace tiempo atrás, y al instante me hice el compromiso
de leer lo que su inspiración había impreso en el papel. Es tiempo de hablar de “Ocho
lugares que me recuerdan a ti” de Alberto Villarreal, uno de los
booktubers más importantes de habla hispana.
Aquí nos encontramos con
Santiago, un universitario mexicano que cree que el amor es una pendejada de la
cual es inmune, hasta que… Creo que el resto de la historia ya muchos la
conocemos.
Este es el primer punto del
que quiero hablar, y es que la historia de Santiago sigue de manera muy
estricta las estructuras de muchas de las novelas, comedias o melodramas de
índole romántico que ya hemos visto en cualquier lugar, lo cual hace que la experiencia con
el libro sea completamente predecible y poco sorpresiva.
Para mi poca fortuna, desde el preciso momento en que
conocí a cada uno de los personajes, ya sabía exactamente qué iba a pasar con
ellos, y las pocas sorpresas que se me plantearon, fueron tremendamente
gratuitas y forzadas. Alberto
incluye en este libro temas muy actuales y de gran peso para el público que
transita en la adolescencia, y entre la juventud y la adultez (bullying,
reconocimiento sexual, papel de los padres en la vida de los hijos, entre
algunas otras), pero no creo que la forma en que lo hizo haya sido la más
acertada, pues no los desarrolla ni a fondo ni tímidamente, sino que están
puestos ahí, como un ingrediente más que no termina de encajar en el platillo.
Y con los personajes pasa
algo similar, y es que son planos y muy genéricos, y al menos a mí, me
transmitieron muy poco (además de que ya presentía el destino de todos... Y
acerté). Quisiera haber podido
generar empatía con alguno, u odiar a otro, pero todo pasa tan rápido y las
descripciones y detalles son tan mínimos, que es imposible llegar a generar un
sentimiento en común, al menos para mí. Dentro
de ellos se movían cosas que sencillamente nunca percibí, y si las percibí, fue
muy poco lo que les creí.
Lanzamiento en la FIL Guadalajara |
En cuanto a la trama, siento
leerme repetitivo, pero la situación que encontré es la misma. Hay un estándar al que uno puede
apegarse y que es como la vida misma, pero ahí están los condimentos para
salirnos del molde y ofrecer algo más, lo cual no me pasó aquí. La seguidilla de acciones además de conjeturable,
era demasiado arbitraria y con un desarrollo que queda en deuda.
Cuando pensé en escribir
esta reseña, y viendo que los personajes, las situaciones, y la trama no me
llegaron en lo absoluto, quise aferrarme al sentimiento central de la obra,
pero en este rubro el monto tampoco me es suficiente. A pesar de que en el
texto hay momentos de lucidez y frases de esas que se quedan para la
posteridad, lo rápido que pasa todo y las pocas explicaciones que la obra
otorga, no ayudan en mucho.
Hay algo que resaltó dentro
del libro, y es que la
escritura de Alberto es limpia y el trabajo de corrección de estilo se nota, y
eso es algo de agradecer y que los lectores debemos exigir, pues estamos
pagando por lo que leemos, y es lo mínimo que merecemos por ello. Adicionalmente, es una historia que se
transita de manera muy cómoda y que en menos de lo que imaginas ya estás
terminando, y eso es posible gracias a la sencillez que la permea.
Desde el primer momento en
que vi la portada, y conocí el título del libro, hubo algo que me llamó la
atención más allá del parecido del modelo con el autor, y fue la historia que
me imaginé con las letras que allí encontraba, y con todo lo que el autor por
sus redes sociales había dicho a modo de expectativa. Santiago recorre los lugares que le
recuerdan a la persona a quien ama, pero ese recorrido se queda en un pequeño
número de buenas páginas que mueren en un santiamén y no tienen significado por
sus descripciones (a pesar de que hace un par bastante buenas, pero solo eso),
sino por la simple mención de que son los lugares que se la recuerdan. Las latitudes por las que se mueve
este libro dan un espectro imaginativo y de creación increíble para que el
título de la historia hubiera sido aprovechado, y no hubiera quedado solo en
una promesa.
“Ocho lugares que me
recuerdan a ti” es un libro que me plantea
un dilema tremendo (además del referente al negocio editorial), y es el no
haberme generado ni despertado nada lo suficientemente positivo o negativo como
para permitirme sentirlo, lo que hará que pase desapercibido y que en mi
memoria quede como la primera obra de una persona que me cae bien, pero del
cual seguramente no recuerde nada con el paso del tiempo.
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