La literatura y la fotografía. Viva la bigamia.


Salimos de casa y tenemos la mirada fija hacia un horizonte en donde el gris se hace rey y los edificios cada día crecen más. Vivimos con una sensación de persecución permanente, sembrada por una desconfianza generalizada que parece no tener solución. En la acera de enfrente vemos más basura que pavimento mientras el respeto y la tolerancia se evaporan... Nuestra realidad es un tóxico a la que muchos se han habituado, lastimosamente.



Siempre que salgo de mi casa, miro hacia arriba y veo cómo, enmarcado en un cielo en plena mutación, mi perro saca la lengua en señal de despedida. Usualmente corro como si mi vida dependiera de ello, pues lo de madrugar no es uno de mis talentos, así que vivo con el riesgo latente de llegar tarde a la oficina. En la carrera por alcanzar un bus en el que pueda ir sentado, hago caso omiso al afán de la gente, la poca cultura ciudadana de la mayoría de bogotanos, y todas las cosas malas que me rodean, y pongo toda mi atención en los niños que de la mano de sus madres, van con una sonrisa de oreja a oreja, y con una alegría que contagia rumbo al colegio. 

Mi oficina queda a unos cinco minutos del lugar donde me bajo del bus; dicho trayecto se me pasa en mirar el verde de los árboles, estar pendiente de no molestar a las torcazas y deleitarme con el aroma del pasto recién cortado cuando tengo la oportunidad. 



Puede que parezca un amante de la marihuana, o la reencarnación de Paulo Coehlo, pero en esos pequeños detalles que muchas veces ni notamos por estar pegados a un celular o dejarnos llevar de la prisa, quizá se nos puede estar escapando eso de ser felices.



Dicen que uno no puede amar a dos al tiempo, pero llevo más de un año en un trío amoroso del cual creo que ninguno de los tres involucrados tenemos queja alguna; o al menos ellas no me la han notificado. La literatura y la fotografía son protagonistas permanentes de mi vida hace más o menos 14 meses, y ese idilio se hace cada día más fuerte. La una me presenta realidades de maneras completamente diferentes a las que vivo, me hace ver las cosas de modos distintos, me permite interactuar con seres de todas las clases, y me abre las puertas de millones de lugares diferentes; la otra me permite retratar mi vida a mi manera, dejar una huella de mis sensaciones y mis sentimientos. Lo mejor del cuento, es que ambas se la llevan muy bien, y puedo pasar tiempo con las dos sin ningún problema.



Los libros son una expresión de la literatura, y sus portadas son su rostro... ¿Qué mejor que retratar en una fotografía a esos compañeros que día a día nos acompañan en ambientes que lo engrandezcan? Pues en esa relación me he metido, y lo siento si se lee arrogante, pero creo que no ha salido tan mal.



Cada libro cuenta una historia y arrastra dentro de ella un mensaje, el cual muchas veces solo necesita un paisaje, una pintura, o un buen uso de la luz para resaltar a la vista. Ellos tienen algo para decirnos, es solo sentarse a escucharlos y ver en nuestro entorno, cuál es el lugar apropiado para hacerlos brillar.



Ya sea en un lugar predeterminado o en una locación improvisada, en esta entrada les dejo un poco de lo que hago. Espero les guste :)



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